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  • Foto del escritor: Guillermo Romero Ismael
    Guillermo Romero Ismael
  • 25 nov 2019
  • 3 Min. de lectura

“La voz y la música grabada”


Si tienes la posibilidad de grabar un disco, recuerda que puedes hacer docencia con él.


El espíritu del mismo ha de ser fuerte, noble y fresco, debería impregnar esperanza y sabiduría.


Un disco lo es todo para un cantante, o músico, en él, queda implícito tu decir, tu voz, tu expresión, tu talento, tu creatividad y reivindica el maravilloso estado de un artista.


En su memoria se guardan los recuerdos, aquellos que fueron esquivos a su noble causa, causa que solo quiere reivindicar horas y horas de ensayos, la infortunada decisión de un sponsor, o de algún amigo que no quiso confiar en tu trabajo, la desilusión constante que provoca el Estado, o sea, nuestra propia gente y los gobiernos de turno que a mansalva atacan sin piedad, todo aquello que huele a cultura.


Llanto, tristeza, desolación, amargura, un cúmulo de grandes esfuerzos que se desvanecen en el tiempo, pero la ilusión no cambia, los anhelos y esa maravillosa sensación al final del camino, no se negocia y como un autentico gladiador, tal vez, exiliado culturalmente de tu propia patria, encuentres lejos de ella, una luz entre tanta sombra.


Con tu disco en mano, curas heridas, restañas corazones y fortaleces espíritus, no regales tu trabajo, tu disco es el universo por donde reposan tus horas de empeño y de sosiego, bendito eres si puedes grabarlo de punta a punta, bendito es tú sino, que se eleva al misterio de por vida y bendito es tu ángel, que se ha de inmortalizar para siempre ante su gente.


Yo no tengo otra casa que darle a mi hija, a mi madre, a mis hermanos, a mis amigos, que no sea mi voz y este lenguaje visceral que corre por mis venas desde niño, tal vez no sea mucho, pero es un poco de mi, autentico, puro, soy pan, soy hambre, soy cielo, montaña , agua fresca y cristalina, soy poema, canto y poesía, nada mejor que ser uno mismo en esta urbe de tormentos y desamparos, donde la desidia humana hace mella en el corazón del planeta.


Cuida mis discos, te nombró protector de su heredad divina y te convocó al ritual más bello de nuestro encuentro, en la simple y soberana calma de tu alma, para que me escuches, sin sombras y en la soledad de tu maravilloso mundo, el que ahora abrazas y te pertenece.


Yo prometo acompañarte siempre, pero tú, no dejes que la desidia y el abandono se apoderen de tu espíritu, te invito a que puedas junto al tiempo, cuidar celosamente esto, que con tanto amor, dedicación y esfuerzo, he registrado por ti y para ti.


Aquí están implícitos los aromas de aquellas tardes, cuando codo a codo paseábamos por los naranjales a la luz de un radiante sol de enero, siente las ausencias de mis viajes, el olor a madera de un banco cualquiera, la partida y la llegada de los trenes, o de ese avión que me trajo de regreso a casa, siente el aroma a jacarandá que huele mi guitarra, e impregna mi alma de nostalgia y lejanía.


Que curioso, escucho una canción y siento el perfume de aquellos años juveniles, cuando el tiempo no hacía mella en su estado primitivo.


Ahora, tengo algo blanca la cabeza y aquella antigua música sigue sonando en mis recuerdos y llega a mí, cristalina y pura como la primera vez.


En la muerte ¿Podré escuchar música? ¿Cómo será? Qué lindo sería, quien sabe, a lo mejor, Dios no me abandona y después de muerto, puedo seguir oyendo música.


 
 
 

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